Durante mi vida, he tenido muchísimos pololos (comparado a otras amigas) y no es que sea de relaciones cortas tampoco, porque casi todos, han sido pololos oficiales; de esos que van a tomar oncencita a la casa, que le presentas a tus amigos, que se va de vacaciones contigo y tus papás y compartes navidades y años nuevos… Si, muchos… y de esos. Es que crecí en bajo la premisa del “pololeé harto, mijita, no mah”, si pueh, aconsejada por abuelas, tías, amigas de mamá, mamá, y toda la millonada de mujeres de mi familia, y cercana a ella. Lo que quizás no consideré para esta premisa es que la mayoría de esas mujeres tan importantes en mi vida, o estaba sola, mal acompañada, o separada de hecho, o legalmente, o divorciada o simplemente, viuda.
Que importante hubiese sido haberse dado cuenta de esto antes, porque creo que esa hubiese sido la única manera de poder parar de buscar al príncipe azul. Si eso le sumamos toda la publicidad de Ken en Mattel y Disney, es evidente que me tenía que confundir.
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