La semana anterior les comenté acerca de lo que no me gusta en los hombres, razón por la cual muchos se dieron de baja automáticamente mientras otros se sintieron ‘mil’ más seguros. A su vez muchas mujeres me comentaron sus historias, hazañas, aventuras y entretenidas anécdotas en relación a la altura de sus parejas. Y fue evidente que cada cual tenía su debilidad, en mi caso, ‘el guatón parrillero’.
Siempre termino con el que está a cargo de la parrilla. Les juro que no es de asegurada, porque de un tiempo a esta parte como cada vez menos, especialmente carne. Me pasa que he descubierto todo un estilo en el guatón parrillero que de verdad, me cautiva.
Primero, la pinta, obvio, más casual y relajada que los demás comensales. El guatón parrillero siempre está más cómodo que el resto, ocupa buzo, polera descuidada, un delantal solo si es producido (a mi personalmente no me gusta), lentes para ‘la chispa’, ¿me entiende?
En segundo lugar, pero no menos importante, un cigarro en una mano, en la otra las tenazas o cuchillos para el asado, la cerveza cerca de la parrilla y la sonrisa perfecta, porque no hay hombre más feliz en el planeta que el que hace el asado. El jura que lo hace fantástico, maneja y controla el momento y a los invitados, pues todo depende de él, y eso claro que lo pone eufórico, tanto que siempre tiene la talla a flor de piel, invitado que pasa por el lugar es ‘subido al columpio’.
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